TERAPIA PRESENCIAL INFANTO JUVENIL
Los niños y las niñas expresan sus emociones de maneras diferentes a los adultos y también pueden sentirse frustrados, enfadados o tristes por muchas situaciones. Aprender a regular nuestras emociones es algo vital para un crecimiento sano e integro.
La adolescencia es un proceso en el que la persona experimenta una serie de cambios que le ayudan a definirse como adulta/o. Esto implica una evolución de comportamientos de tipo más infantiles a intentos de comportamientos más maduros, que normalmente implican probar cosas nuevas, identificarse con el grupo de amistades e ir construyendo su personalidad.
Esta parte tan importante de la construcción de su identidad, puede ser muchas veces conflictiva o difícil, porque implica muchas cambios de humor, intentos por pertenecer a su grupo de iguales (amistades) pero sin perder a su familia. Han de enfrentarse a situaciones totalmente nuevas sin muchas herramientas ni conocimiento para hacerlo.
Es una etapa complicada y, es normal, que a ti como madre o padre, te preocupen algunos de estos cambios, el rumbo que van a tomar en el futuro y qué puedes hacer tú para acompañar a tu hijo/a en esta etapa.
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Preguntas Frecuentes
Ansiedad en la infancia o adolescencia , se puede manifestar por miedos, fobias, obsesiones…
Depresión en la infancia o adolescencia, estados de ánimo bajos que se prolongan en el tiempo. Puede llegar a tener ideación suicida o autolisis.
Baja autoestima, los cambios constantes y la tendencia a la comparación en esta etapa puede afectarles en sus niveles de confianza.
Bullying o acoso escolar.
Dificultades en el rendimiento escolar o falta de motivación.
Irritabilidad , agresividad y comportamientos violentos.
Problemas para relacionarse.
Duelos de personas queridas.
Adicciones como el móvil, inicio de consumo de alcohol o drogas…
Tránsitos o dudas respecto a su orientación sexual .
Trastornos relacionados con la alimentación.
De forma muy general, a la hora de explicar a nuestros hijos qué es un psicólogo podemos decirles que es un profesional que:
- Sabe escuchar y es amable.
- Ayuda a las personas a resolver sus problemas y a mejorar.
- Permite que se hable de todo lo que a uno le preocupa o que le gusta.
- No va castigar nunca por ningún motivo.
- Va a ayudar a que haga amigos.
- Trabaja en un despacho donde podrá hablar, jugar, pintar, etc.
Hay que dejarles claro, por tanto, que los psicólogos:
No son médicos, así que no le van a mandar medicinas
No son profesores, por lo que no se les va a examinar de nada.
No son jueces, por lo que no se les va a juzgar
Se recomienda decirle el nombre de la persona con la que va a trabajar todo el proceso terapéutico, e incluso, ofrecerle algún dato que le pueda resultar interesante. En ocasiones se recomienda enseñarle una foto del profesional.
También podemos recordarle que muchos otros niños, incluso de su mismo colegio, acuden habitualmente a consulta y que es algo normal, pero que la gente no suele contar a los demás.
Los niños y niñas necesitan tener la máxima seguridad posible. Por ello, es importante proporcionarle la información lo más fiable posible de lo que se va a encontrar cuando llegue a nuestra consulta. No es conveniente engañar a los niños a la hora de explicarles qué es un psicólogo. Eso sí, según la edad del menor, la información va a ser diferente no solo en la forma, sino también en el contenido.
De forma muy general, a la hora de explicar a nuestros hijos qué es un psicólogo podemos decirles que es un profesional que:
- Sabe escuchar y es amable.
- Ayuda a las personas a resolver sus problemas y a mejorar.
- Permite que se hable de todo lo que a uno le preocupa o que le gusta.
- No va castigar nunca por ningún motivo.
- Va a ayudar a que haga amigos.
- Trabaja en un despacho donde podrá hablar, jugar, pintar, etc.
Hay que dejarles claro, por tanto, que los psicólogos:
No son médicos, así que no le van a mandar medicinas
No son profesores, por lo que no se les va a examinar de nada.
No son jueces, por lo que no se les va a juzgar
Se recomienda decirle el nombre de la persona con la que va a trabajar todo el proceso terapéutico, e incluso, ofrecerle algún dato que le pueda resultar interesante. En ocasiones se recomienda enseñarle una foto del profesional.
También podemos recordarle que muchos otros niños, incluso de su mismo colegio, acuden habitualmente a consulta y que es algo normal, pero que la gente no suele contar a los demás.
Algunas de las estrategias que se deben poner en marcha cuando no sepamos qué hacer cuando nuestro hijo no quiere ir al psicólogo a pesar de que lo necesite, son las siguientes:
-Es importante ser sinceros con nuestro/a hijo/a.
-Debemos contestar a todas las preguntas que nuestro hijo/a nos plantee. Si no tenemos respuesta para alguna de ellas, podemos consultar con el profesional para que nos oriente y decirle a nuestro hijo/a que aunque no podemos contestarle en ese momento, lo haremos más tarde cuando consigamos la información.
-Hay que evitar presentar la terapia como un castigo por un mal comportamiento. Debemos presentarlo como una oportunidad de evolución y mejora.
-También es muy importante no señalar a los hijos/as como culpables de la situación. De hecho, los padres/madres también deberán acudir a terapia en la mayoría de ocasiones y realizar algunos cambios, es decir, se trata de un trabajo familiar y no enfocado exclusivamente en el menor. Si los hijos/as se sienten atacados o señalados como culpables, probablemente se negarán a hacer un tratamiento porque sienten que serán juzgados y tratados injustamente y que todo el trabajo dependerá de él/ella, cuando quizás el resto de miembros de la familia estén cometiendo errores.
-Haremos énfasis en que la información es confidencial, que el psicólogo no tendrá el rol de “dar la razón a los padres” y no será un “chivato”.
–Los padres/madres deberán tener una sesión previa con el psicólogo/a para informarle de la situación, de cómo es su hijo/a, la reacción que esperan al comunicarle su deseo de iniciar un tratamiento, etc. El profesional le aconsejará cómo decir a su hijo que irá a terapia.
-Ante la negativa de los hijos/as, no es conveniente el uso del chantaje, la amenaza, ni el castigo. Tampoco debemos premiarlo por asistir a terapia.
–Se les puede plantear que prueben a ir un día y que ellos mismos valoren si les puede venir bien.
-Podemos recordarles que muchos otros niños y adolescentes acuden habitualmente a terapia. Es muy probable que alguien de su misma clase o colegio ya lo estén haciendo. Sin embargo, no es algo que se suela hablar públicamente y por eso, da la sensación de que es algo extraño y que nadie hace.
En la terapia infantil no sólo participan los niños. Los padres tienen un papel fundamental en el desarrollo de la misma y la eficacia del tratamiento dependerá en gran medida de la implicación de los padres. No obstante, dependiendo del motivo de consulta y de las características del caso en particular, el trabajo con los padres puede ser mayor o menor. Así, por ejemplo, en conductas problemáticas, ansiedad y miedos, problemas en el sueño o la alimentación, control de esfínteres, etc., la implicación de los padres debe ser mayor que, por ejemplo, en un caso de dificultades en el aprendizaje escolar, que estaría más centrado en el trabajo con el niño.
En algunas ocasiones, por ejemplo, cuando el niño es muy pequeño, serán los padres/madres los que acudan a las sesiones mayoritariamente pues es muy común que el cambio en la conducta del menor se produzca al modificar aspectos que dependen de los progenitores como rutinas, estrategias de comunicación, gestión emocional, etc.
Es recomendable que vengáis los/las dos a la primera sesión, siempre que sea posible. Al final de la sesión se ofrecerá toda la información de la evaluación, tratamiento y evolución del niño. Si los padres/madres están separados nos comunicaremos con el progenitor que no haya estado presente, en caso de que éste así lo desee. Dependiendo de cada caso, en las siguientes sesiones puede asistir solo uno de los progenitores.
La implicación de ambos progenitores está muy relacionada con la eficacia del tratamiento, resultando más exitosos aquellos tratamientos en los que ambos asisten a consulta y están dispuestos a realizar los cambios aconsejados por el terapeuta.
El principal objetivo durante la primera sesión con los menores es establecer una relación de confianza con ellos. Por este motivo, se desarrollará la sesión en un ambiente agradable para los niños/as, utilizando el juego y con un lenguaje adaptado a su desarrollo. En ningún caso, se le castigará y la actitud del profesional será calmada. Se evitarán expresiones usadas en otros contextos como el colegio o el centro de salud para que entiendan que el hecho de acudir a consulta es diferente.
Por ejemplo, al inicio de la sesión se evitará hablar de notas, de salud… y hablaremos de otros temas que puedan ser de interés para el niño/a, consiguiendo así que se relaje y se sienta cómodo/a.
Según nuestra experiencia, una vez que los niños conocen a nuestra psicóloga, se muestran contentos y establecen una buena relación con ella.
Los psicólogos cuentan con amplios conocimientos obtenidos a través del método científico. Su formación es amplia y va desde el conocimiento de su desarrollo emocional, cognitivo, social, físico, etc., hasta el conocimiento sobre trastornos asociados a la infancia y adolescencia, técnicas de tratamiento, …
Disponemos de multitud de herramientas y habilidades necesarias para producir cambios en la conducta o emociones de los niños.
El hecho de que el psicólogo es una persona externa a la familia, le permite actuar de forma objetiva y con un papel distinto al de los padres/madres.
Hay que tener en cuenta, además, que la actitud y el comportamiento de los menores suele ser diferente cuando se encuentran fuera de casa. Este factor, favorece el cambio en consulta.
No hay edades recomendadas: la psicología infantil y juvenil abarca todas las etapas de la infancia y adolescencia. Cualquier momento puede ser bueno para llevar al niño a un especialista de cara a detectar algún indicio de patología que se podría agravar más adelante. Se recomienda acudir cuanto antes en los siguientes casos: problemas de conducta (desobediencia extrema, agresividad, rabietas excesivas y frecuentes, …), problemas emocionales (estado de ánimo decaído, desinterés por la mayoría de actividades, miedos intensos,…) y otros problemas como retraso en el lenguaje, problemas de sueño o alimentación, conductas obsesivas, etc.
Hay que tener en cuenta que conseguir un cambio será más complicado cuanto más tiempo lleve establecida una conducta. Por ejemplo, si acude a terapia un menor de 11 años que lleva mostrando conducta agresiva y desobediente desde los 6 años, conseguir un resultado exitoso será más difícil, que si empieza el tratamiento desde los 6 o 7 años cuando aún no se ha afianzado el patrón de comportamiento.
No. Los padres/madres serán informados sobre el problema que presenta su hijo/a, objetivos que se marcarán, evolución de su estado, etc. Nunca recibirán información específica sobre lo que su hijo cuente durante las sesiones, pues esto afectaría gravemente a la confianza de los menores con el terapeuta.
Solo se compartirá con los padres/madres contenido especialmente sensible y sin emplear las palabras que usó el niño/a. Por ejemplo, si menciona que es acosado en clase o que siente deseo de morir, se informará a los progenitores con la máxima confidencialidad posible.
Sí. Cualquier cambio en la rutina diaria y que afecte al niño deberá ser expuesto con tranquilidad pero con seguridad y firmeza, adaptando, siempre, el vocabulario y las explicaciones a la edad del niño. Los niños perciben lo que ocurre a su alrededor, y los tenemos que hacer partícipes para que puedan asimilar los cambios y elaborar la nueva situación. Si no sabes cómo afrontar esta situación, busca ayuda de un profesional para que te oriente sobre cómo hacerlo y cómo actuar en función de las reacciones de tus hijos.
No. El factor diferencial es la relación establecida entre los progenitores, ya sea conviviendo en el mismo hogar o por separado. En ambos casos deberá existir respeto hacia el otro progenitor y fomentar el diálogo, la expresión de emociones, deseos y pensamientos. Se debe evitar el conflicto en presencia de los hijos, es especialmente importante que las diferencias de opinión entre los padres sobre la educación de sus hijos se expresen en privado, sin la presencia de los mismos. También hay que evitar hablar en presencia de los hijos de los problemas de pareja como infidelidad, celos, relaciones sexuales, etc.
En ningún caso debemos tratar a nuestros hijos como confidentes, debemos buscar a otro adulto con quien hacerlo.
Tampoco es recomendable que nuestros hijos sean testigos de una relación en la que no existe afecto ni comunicación. Muchos padres deciden permanecer juntos para “no romper la familia” y hacen un gran esfuerzo por no discutir, pero no existen las muestras de cariño ni la comunicación entre ellos. Estaremos mostrando en este caso, un modelo de relación de pareja para nuestros hijos caracterizado por la distancia emocional, la falta de comunicación y, sobre todo, una forma de relacionarse donde se prioriza la unidad familiar (en cuanto a compartir un espacio) y no la búsqueda de una relación sana donde nos sintamos cómodos y felices. En un futuro este modelo será su referencia para sus relaciones de pareja y debemos plantearnos si queremos que ellos acepten esta forma de vida y la asuman como “normal”.
El TDAH hace referencia al trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Actualmente es un término que se usa de forma habitual, incluso muchas personas definen a su hijo como “hiperactivo” sin haber sido diagnosticado, por el simple hecho de ser una persona muy activa. El TDAH es mucho más que un niño nervioso, se trata de un trastorno que tiene una base biológica y posiblemente genética. Existen diferencias entre el funcionamiento del cerebro de una persona con TDAH y el de una persona sin este trastorno (diferente ritmo de desarrollo, patrones de actividad cerebral diferentes, etc.).
No se conoce la causa exacta del TDAH, pero sí hay evidencia científica que demuestra la relación directa entre el consumo de alcohol, café, tabaco y sustancias ilegales durante el embarazo, con la presencia de este trastorno.
Otros factores de riesgo son la exposición a toxinas ambientales (por ejemplo, pintura o plomo), el nacimiento prematura o la existencia de este trastorno en familiares directos como hermanos o padres.
El TDAH incluye una combinación de problemas persistentes, tales como dificultad para mantener la atención, hiperactividad y comportamiento impulsivo. En algunos pacientes predomina el déficit de atención, siendo estos casos más difíciles de detectar pues se trata de niños que suelen ser tratados como despistados, desobedientes, pasotas u olvidadizos.
Los niños impulsivos e hiperactivos, suelen ser llevados a terapia con mayor antelación porque su comportamiento suele resultar muy molesto tanto en casa como en otros entornos (en el colegio, en la calle, en tiendas,…). Sin embargo, en muchas ocasiones el menor es etiquetado como “malo”, pues se considera que su actitud es intencionada y no se busca la ayuda necesaria.
Es importante remarcar que no se trata de un comportamiento intencionado, pero que sí se puede realizar un tratamiento psicológico (y a veces, farmacológico) para que su hijo cuente con las herramientas y habilidades que le ayuden a mejorar.
Serán los profesionales (neuropediatras y psicólogos) quienes evalúen a su hijo/a para realizar el diagnóstico y diseñar un tratamiento específico para cada caso.
No, pero será importante que realicen el tratamiento puesto que los padres/madres con trastornos emocionales pueden adoptar conductas o actitudes que influyan negativamente en sus hijo/as. Hay que tener en cuenta que durante varias etapas de la infancia, el niño es egocéntrico. Por tanto, los cambios que se produzcan a su alrededor puede atribuirlos a sí mismo. Es decir, si nota que su padre/madre está muy triste, muy serio o que ha dejado de trabajar, ha cambiado ciertos aspectos de su rutina (por ejemplo, pasa mucho tiempo en cama o en el sofá, no quiere quedar con amigos,…) durante un gran periodo de tiempo, pueden pensar que es por algo que él/ella ha hecho. También puede ocurrir que los padres/madres expresen abiertamente pensamientos de culpabilidad, desesperanza o indiferencia típicos del trastorno depresivo, y que los hijos asuman su responsabilidad por animarles o asuman la culpa del estado de su padre/madre.
Por tanto, aconsejamos por un lado, que los progenitores acudan a terapia para tratar su estado emocional y que ofrezcan información a sus hijos sobre su estado, adaptándola a su edad. No es necesario entrar en detalles, pero sí deben dejar claro que no es su culpa y que van a intentar recuperarse con ayuda de un profesional. Si no sabe cómo hacerlo correctamente, pida orientación profesional.
Queremos dejar claro que la víctima de bullying nunca será culpable de la situación. En el imaginario colectivo existe la idea de que hay ciertas características que hacen más vulnerables a los niños/as y que aumentan la probabilidad de ser acosados por otros menores (por ejemplo, ser tímido, llevar gafas, tener orejas grandes, tener sobrepeso, etc.). Esto hace que muchos padres y madres pongan el foco en su hijo/a e intenten que cambien para evitar que se convierta en víctima o conseguir que otros niños dejen de tratarlo mal. Esto es un error y suele conllevar un incremento del malestar en los menores y la instauración de la idea de que ellos son merecedores de ese acoso, una idea muy difícil de modificar y que se suele arrastrar a lo largo de la vida.
Si decidimos llevar a nuestro hijo/a al psicólogo el objetivo será en primer lugar, proporcionarle un lugar de seguridad donde pueda expresarse libremente, brindarle apoyo emocional y donde podamos trabajar para proteger su autoestima y mostrarle una visión diferente de la sociedad, ya que es muy común que vean el mundo como un lugar hostil donde ellos no tienen espacio y no serán nunca bien acogidos.
Trataremos aquellos aspectos que se hayan visto afectados por el maltrato o acoso de sus iguales y daremos pautas a los padres/madres para que puedan ayudar a su hijo de la manera más adecuada.
Depende de multitud de factores. En primer lugar, queremos aclarar que los trastornos no son enfermedad y, por tanto, no se curan. Por otro lado, debemos señalar que en muchas ocasiones el objetivo será adquirir habilidades y herramientas. También es necesario aclarar que algunos trastornos como el TDAH o los Trastornos del Espectro Autista, son crónicos y ,por tanto, el psicólogo hará una intervención dirigida al desarrollo de habilidades y el aprendizaje de estrategias que mejoren el estado de estos niños y niñas y minimice las consecuencias negativas.
No obstante, será el profesional quien haga un pronóstico a partir de la evaluación y diagnóstico de cada caso y quien informe sobre las posibilidades de cambio de cada niño
La estimulación está dirigida a niños y niñas que requieren un trabajo continuado a nivel cognitivo: atención, concentración, memoria, lenguaje, etc. Se diseña un programa individualizado y se utiliza material específico para cada caso.
También se realizan programas de estimulación para casos de altas capacidades intelectuales.
La terapia está enfocada a la adquisición de habilidades y el trabajo con las emociones y el comportamiento.
Por ejemplo, un niño diagnosticado con TDAH puede acudir a sesiones de terapia y también a estimulación. En las sesiones de terapia trabajaremos aspectos como el autocontrol, las relaciones familiares, la gestión de la frustración, las habilidades sociales, etc., y en las sesiones de estimulación se trabajará la atención y la concentración a través de fichas, programas informáticos específicos, etc.